Sufrimos, vivimos, creamos y gozamos invasiones sutiles, quizá cada uno de nuestros pensamientos sea una invasión, a alguien, a alguienes y a nosotros mismos.
Nuestra ropa, tu comida, su dulce mirada, un tacto suave, el portazo en la puerta, un grito invade tu armario, mi nevera, sus ojos, unas manos, los oídos, el alma. Algunos pueden llamarlo influencia, otros simplemente lo llamarán invasión sutil, así lo hace Pere Calders. El término puede que suene a eufemismo, del tipo daño colateral o violencia de género, palabras ya relacionadas para siempre con otra invasión ahora menos sutil, aunque con sutilezas empezara.
La invasión sutil más calladamente impuesta, la más conscientemente aceptada, quizá la más peligrosa o la más bella, vivir.
Nuestra ropa, tu comida, su dulce mirada, un tacto suave, el portazo en la puerta, un grito invade tu armario, mi nevera, sus ojos, unas manos, los oídos, el alma. Algunos pueden llamarlo influencia, otros simplemente lo llamarán invasión sutil, así lo hace Pere Calders. El término puede que suene a eufemismo, del tipo daño colateral o violencia de género, palabras ya relacionadas para siempre con otra invasión ahora menos sutil, aunque con sutilezas empezara.
La invasión sutil más calladamente impuesta, la más conscientemente aceptada, quizá la más peligrosa o la más bella, vivir.
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