No somos de aquí. Y sólo la literatura parece ocuparse con seriedad de nuestro espanto. Cuando Poe escribió aquel cuento de un hombre al que enterraban vivo, contó nuestra verdadera historia. De ahí el terror que aún perdura en quienes leyeron ese cuento que decía la verdad, un miedo que se convierte en un terror doble si llegamos a Kafka, el muerto en vida. Los hombres normales han mirado a Kafka siempre con extrañeza, en realidad con la misma extrañeza con la que él les miraba a ellos, consciente de que no tenía un lugar en este mundo: “Dos tareas del inicio de la vida: reducir cada vez más tu ámbito y comprobar una y otra vez que no te encuentras escondido en algún lugar fuera de él”, escribió Kafka en un texto de juventud, un Kafka que siempre quiso transmitirnos que aquello que se nos antoja una alucinación inimaginable es precisamente la realidad de cada cual. Si lo pensamos bien –nos dice Philip Roth–, veremos que en todas sus novelas Kafka traza la siguiente crónica: alguien es educado para aceptar que todo aquello que le parece absolutamente injusto y fuera de lugar (además de ridículo y muy por debajo de su dignidad) es de hecho lo que realmente le está sucediendo. Dicho de otro modo, esto que está tan por debajo de nuestra dignidad resulta ser nuestro destino.
Enrique Vila-Matas, Doctor Pasavento
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