02 de setembre 2007

Escarni

La clínica se hallaba real y verdaderamente más allá de todo lo que yo pudiera haber experimentado en la vida. Además de las humillaciones al uso –perder el tiempo medio desnudo en compañía de desconocidos medio desnudos, orinar en un frasco, llevárselo caliente y humeante a una jovencísima enfermera, toser ante la indicación de un médico que me enredaba por la parte posterior del escroto, responder a preguntas íntimas mientras el mismo facultativo me introducía un larguísimo dedo por el recto y trataba de percibir alguna irregularidad en la próstata, recorrer un trecho de escaleras, arriba y abajo, mientras el médico contaba, y jadear, resollar, babear y sacar la lengua, poner los ojos en blanco y hacer, en fin, toda esa sarta de gilipolleces que tanto revela mientras el médico consigue que el paciente se sienta como un asno–, tuve que prestarme a soportar algunas cosas que para mí fueron novedosas.

Robertson Davies, Mantícora